jueves, 17 de septiembre de 2020

La Moneda

Se erigía sobre él con un pelo que podría catalogarse como largo y que se ondulaba rizado sin constituir un tirabuzon cerrado como tal. 
Nuestro amante cumplía esa semana 33 años. 
A colación y en un ambiente cargado con el olor a sexo trajeron en la fulgurante cabalgada una conversación aparentemente inocente pero sincera cuyo sentido pareciera Non revestir de utilidad hasta ese momento en el que las caderas que acotaban un torso esbelto sexual y café se arqueaban. 
Líneas generacionales pérdidas en el pretérito de la evolución unían sus entrañas en una infidelidad tan preocupante por un lado como tranquilizadora mente certera por otra. 
En aquel colchón al otro lado del charco, mientras su compañera que hacia no más de unos meses había conocido se arqueaba; se desplegaba una verdad con total certidumbre y sentido. 
Implícitamente se manifestaba. Una cuantia en pesos de manutención eran una carga admisible. 
Y aquella verdad, al menos por el momento en la intimidad que daba zanjada. Se produjo un debate en el orgasmo entre la culpa y la razón, que ofreció erigirse aduciendo que, la mujer que le* quisiera querer tendría que asumir su sentido, y su verdad. De eso se trataba, de respetar la libertad más pura de la persona, de ellas tanto como de ellos. Y así fue como sin saber cuando dejaría este mundo, si que tuvo claro el recuerdo con el que se despediría. El que le dio el sentido a su vida.