Me hallo en una ciudad que recuerda a La Habana por el estilo
colonial de su calle mayor, de hecho podria estar perfectamente alli, por la
arquitectura de los edificios y porque acaba de pasar Carlinhos Brown tras de
mi con unos chavales brasileños.
La ciudad da al mar; ahora mismo estoy escuchando su musica
retumbar en el ambiente.
Estoy en un piso que no tiene dos habitaciones iguales; y sin ser
un piso perfectamente cuidado, tampoco es un piso descuidado ni cochino, ni
mucho menos. Tiene cuadros que salpican las paredes, con marcos generosos. Una
de las paredes de hecho, está hecha con las baldas de una persiana pero
olocadas verticalmente. el techo es bastante alto, y hay un par de paragueros
llenos de bastones, un telefono antiguo en la pared, de esos de rula, y una
puerta que cierra con un gran cerrojo de tres brazos, hecho artesanalmente.
Las ventanas son de esas antguas en las que no hay cristales
propiamente dichos, sino vidrios que distorsionan ligeramente la vision
exterior; es de esas ventanas que en realidad son como puertas, ventanales es
la palabra; y que estan pintadas con una pintura color vainilla, la cual cubre
los cerrajes de los cristales de
ariba, haciendo que para poder abrir la parte de arriba (no asi las otras dos
ojas), se tenga que hacer un considerable esfuerzo, puesto que las palometas
que dejan que se abran y cierren estan tambien bañadas en dicha pintura, y cuesta deslizarlas
convenientemente.
En dicha ciudad comence a escuchar a extremoduro, comence a
ponerme hasta los ojos, y conoci, con rollos de una noche, a la locura que mas
adelante me acompañaria y con la que ahora mantengo una relacion tan pasional
como desquiciante.
Lo que mas me gusto de lo que aprendi aqui es a ir bastante
borracho, y tenderme en el suelo.
esa sensacion de feliciad, de plenitud y de paz. y de que no
importa que pase. en ese momento... todo, absolutamente todo, da igual
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